"Y que se duerma el mar" es el título de su última novela en la que recrea la vida de la virgen María. ¿Qué le ha empujado a escribir sobre este personaje bíblico?
En El lenguaje de las fuentes me ocupé de José y María desde la mirada de José, un personaje muy literario porque apenas se cuenta nada de él en Los Evangelios. Yo creo que los personajes se vuelven literarios en la medida en que hay algo que descubrir en ellos, un secreto, un silencio del que hablar. Salió una novela muy dura porque es la historia de alguien que está enamorado cuando ya es muy mayor, que vive con una enorme ilusión la posibilidad de convivencia con esa mujer joven hasta que aparecen los ángeles y, al arrancar de su lado a María, perturban completamente todo lo que él ha pensado y soñado. Es una novela que me gustó mucho escribir pero a la vez me dejó la sensación de no haber conseguido exactamente lo que quería porque lo que deseaba en el fondo era contar esa historia desde el punto de vista de María. Con el paso del tiempo se me ocurrió regresar a ese mundo y escribir la historia de esa muchacha.
O sea que la novela transcurre en un momento muy preciso.
Fundamentalmente es la historia de la infancia de María, de su encuentro con los ángeles, de su incapacidad para hablar de lo que le sucede, de su embarazo y de la espera de ese niño que va a nacer. En el fondo es también una novela sobre la maternidad, con todos los desvelos, deseos y temores que normalmente genera. Como cualquier madre, quiere que el niño que va a nacer viva a su lado pero teme que le vaya a ser arrancado de sus brazos para cumplir con ese extraño destino que está preparado.
«Un escritor es ciudadano. Me interesa lo que pasa a mi alrededor», dice usted. ¿En este libro se refleja su preocupación por algunos problemas concretos de nuestra sociedad?
Es verdad. Parece que esta historia no pertenece a este tiempo. ¿Qué conexión tiene? Muy sencillo: la ha escrito alguien que vive en este tiempo. Escritores de todas las épocas han vuelto al mundo del mito, de la fábula, del relato y cada uno ha dado una interpretación distinta. Es muy importante que el escritor ame la historia que quiere contar. Esto es clave. Sentir la necesidad de contarla. ¿Y por qué la amas? ¡Es tan difícil de expresar! Podría dar muchas explicaciones pero posiblemente ninguna sería convincente. Prefi ero que el lector se acerque sin saber demasiado y que sea la propia historia la que le diga lo que le tenga que decir.
Los personajes femeninos son mayoría y protagonizan el relato. ¿Es una reivindicación del papel de la mujer en la intrahistoria?
Mis novelas, casi siempre y aunque no sea algo premeditado, se pueblan de mujeres. Supongo que tiene algo que ver con eso. Los personajes femeninos habitan el mundo de lo intrahistórico. Parece que están fuera de los grandes acontecimientos pero, en el fondo, en los grandes sucesos normalmente no está la vida. La vida está en los gestos minúsculos, en lo que pasa cada día, en la atención a las personas que tienes a tu alrededor y que quieres. En ese mundo más concreto. Una novela se nutre de personajes y situaciones concretas. No se alimenta de grandes ideas, lo cual no quiere decir que no haya ideas pero no son las que la hacen surgir ni muchísimo menos.
La historia principal de la novela está trufada de breves relatos orales.
Yo creo que la vida es así: no cabe en una sola historia, necesita una multiplicidad para poder expresarse. Por eso uno de mis libros predilectos es Las mil y una noches que habla del hombre, de sus anhelos, de sus temores y de sus sueños contando un sinfín de historias. ¿Cuál es la verdad de una vida? Para contarse la verdad de una vida se requieren mil y una historias.
De una manera simbólica, hombre y naturaleza aparecen unidos y en diálogo permanente en este libro y en su obra. Usted ha dicho que el hombre se ha separado de la naturaleza, que la ha olvidado y que ya no aprende de ella.
Al hombre actual la naturaleza ha dejado de decirle cosas. A lo sumo, es un telón de fondo que le sirve para organizar sus excursiones turísticas. Por eso me interesa mucho el mundo de la fábula donde la naturaleza habla. Las palabras fábula y hablar tienen la misma raíz. Es en los cuentos donde hablan las cosas y donde el hombre aprende también a hablar, por eso están tan cerca de la infancia.
Escritores como John Berger, periodistas como Ryszard Kapuscinski o antropólogos como Julio Caro Baroja alertaron también al mundo de la pérdida de conocimiento como consecuencia de la desaparición del mundo rural. ¿Siguen cayendo en saco roto estas reflexiones?
Esto lo cuenta muy bien John Berger cuando dice que el hecho más trascendental que se ha producido en el siglo XX ha sido el fin de la cultura rural. La cultura rural es la cultura del relato. Y el mundo del relato es el mundo de la experiencia. Cuando alguien vive algo y lo vive de verdad, sintiéndose concernido por lo que le está pasando, inmediatamente surge la necesidad de la palabra. El que vive, tiene algo que contar y quiere contarlo. El germen del relato es sentir que hay que guardar memoria de eso que nos ha sucedido y hay que contarlo para poder adentrarse más en su conocimiento. De alguna manera el relato es memoria pero es también conocimiento.
Decía Walter Benjamin que nuestro mundo es muy rico en información pero pobre en historias memorables y como él creo que la crisis de la cultura del relato es también la crisis de la experiencia.
¿A qué se debe la escasez de esas historias memorables?
Eso que llamamos la cultura, ¿de qué está hecha? Vemos como la gente viaja de un lugar a otro, visita museos, asiste a exposiciones, eventos musicales, deportivos, compra libros en los aeropuertos que los lee y en seguida los abandona sin que nada especial signifiquen para él. Pero la pregunta es si todas esas cosas suponen algo verdadero, si le cambian. Volvemos de los viajes cargados de fotografías pero ¿volvemos con algún relato que merezca la pena contar al otro? La mayoría de las veces, no. Si nos vamos a las puertas del Museo del Prado y preguntamos a la gente que forma esas colas enormes qué es lo que les ha pasado allí dentro, la mayoría es incapaz de decir nada. No porque no sepan qué decir sino porque ese hecho no ha pasado a formar parte de su propia experiencia. Esta crisis de la experiencia es la crisis de la palabra y del relato. Y yo, como amante de los libros y de la literatura, me rebelo porque creo, como decía Proust, que nuestra verdadera vida está en la literatura. Solo la literatura tiene poder de revelar el mundo y la verdad.
¿También en esta era de la sociedad de la información?
Es curioso. La gente no lee pero el libro y el escritor siguen teniendo un prestigio enorme, lo cual es una paradoja. Uno se pregunta por qué se les concede tanto interés(a libros y escritores) cuando en un país como el nuestro son muy pocos los verdaderos lectores. De alguna forma, la gente intuye que en esas grandes obras de la literatura y del pensamiento se guardan refl exiones acerca de las cuestiones esenciales del hombre, que habría que escuchar. Lo que pasa es que nadie las escucha.
Dice usted que las palabras lo son todo y que estamos hechos de lenguaje. ¿Qué le sugieren estos términos: charla y Facebook?
Estas formas de comunicación pertenecen a nuestra época y no son desdeñables. Otra cosas es el uso que se haga de ellas. Para alguien que se siente de otro tiempo, la charla conlleva algo esencial: la presencia del otro. Facebook es útil, supongo, para contarse cosas, transmitir información, jugar con ello. No tengo nada en contra pero no creo que pueda sustituir plenamente el contacto directo con los demás. Ni siquiera lo pensarán los muy partidarios de esa forma de comunicación, a no ser que hayan perdido el juicio.
¿Y estos otros: biblioteca-Google?
Hay que reconocer que es como una especie de biblioteca mágica y misteriosa. Casi tiene que ver con el mundo de lo maravilloso: entras, dices una palabra e
inmediatamente allí tienes todo lo que se relaciona con ese nombre. Todo depende del uso que se haga. Pero pasa lo mismo con el mundo de los libros. Hablamos de que es importante leer pero, claro, es muy importante qué libros se leen y quién los lee. Lichtenberg decía que el libro es como un espejo, si se asoma un mono a sus páginas difícilmente podrá reflejar el rostro de un apóstol.
La tecnología permite soñar y, en algunas ocasiones, alcanzar esos sueños. ¿Es la principal competidora del libro?
No veo a la tecnología como competidora del libro. El texto preexiste al soporte. En el fondo lo que importa no es la manera en que se da sino lo que estás recibiendo, que el texto merezca la pena. No soy contrario a los ebook ni nada semejante. Me parece bien, es un invento que está ahí, que se puede utilizar perfectamente. Yo no lo tengo, prefi ero el libro tradicional, me he acostumbrado, lo cual no quiere decir que algún día no lo tenga aunque será difícil porque me gusta que cada libro sea distinto, llevarlo conmigo y sentirlo de una manera física.
La literatura es la conquista de la lentitud, dice usted. Pero ahora se lleva la inmediatez. ¿Hay espacio para la literatura que busca el silencio y la reflexión?
Para leer se necesita silencio, apartarse del mundo, crear un espacio y lugar y esperar que sucedan cosas. Eso va a ser siempre así, no puede ser de otra manera. Sólo con esa actitud se puede ser un buen lector. Joyce decía que quería para sus libros un lector que fuera capaz de entregar completamente su vida a la tarea de leer. Esto es un poco excesivo pero tiene su lógica porque el propio escritor ha entregado la suya a la tarea de escribir. En busca del tiempo perdido de Proust le ocupó toda su vida, El hombre sin atributos de Musil, prácticamente, los últimos libros de Joyce, lo mismo.
Deberíamos distinguir entonces entre los lectores y hablar del buen lector
Claro. De la misma forma que hay buenos libros, hay buenos lectores. Lo ideal es que un buen libro se encuentre con un buen lector.
¿Cómo es el que usted busca?
Un lector que sea capaz de entregar una parte de su vida a escuchar la historia que estoy contando y olvidarse un poco de todo lo demás. Esto lo pide cualquier
escritor. La escritura tiene que ver mucho con la seducción. El autor necesita crear un círculo encantado que atrape al lector para que no abandone. En la literatura siempre tiene que haber un elemento de encantamiento y fascinación. Me gusta y cito mucho una frase de Isak Dinesen. Ella decía que había que leer con la misma pasión de una muchacha que piensa que va a encontrar al Príncipe Encantador en los libros. El verdadero lector es aquel que piensa que va a encontrar algo que tendrá el poder de cambiar su vida.
La brevedad es otra característica de esta época aunque mucho antes de que existiera Twitter, Augusto Monterroso ya escribió su composición del Dinosaurio. ¿Qué aporta el microrelato a la literatura?
Monterroso era un maestro. Pero no era algo forzado, es que a él le iba esa extensión. Kafka tiene cuentos de media página que parecen obras completas porque cada vez que los lees encuentras cosas nuevas en ellos, un universo minúsculo que lo contiene todo. Cada uno tiene que encontrar el punto que le conviene a lo que quiere contar. El microrrelato está muy cerca de la poesía pero es un género que se ha abusado mucho de él y ha dado lugar a una literatura que lo que busca es el golpe de efecto, lo ingenioso, pequeños chistes.
Están de moda
Porque en nuestra época se valora lo breve. Enseguida tenemos que pasar de una cosa a otra. Tiene que ver con el mundo del consumo: estamos en una cosa pero inmediatamente después tenemos que sustituirla. Nada se revela como esencial. Todo a lo que aspiramos es una sustitución sin fin. Pues no. El mundo de la literatura tiene que ver con llegar a instantes donde uno siente que necesita quedarse.
Que los jóvenes lean poco ¿quiere decir que no se hacen preguntas sobre lo que les falta, que son conformistas o que están empezando a encontrar respuestas a las grandes preguntas de la existencia en otros espacios?
En este país no lee nadie. Pero decir que los jóvenes no leen no es muy acertado porque parece que son los mayores los que leen y los jóvenes no. Y no es así. Bien mirado es casi lo contrario. En este momento, los jóvenes y niños son los que más leen en este país. Ahí está el auge que ha tenido la literatura infantil y juvenil. En mis tiempos no leía nadie. ¿Qué el mundo del libro ha perdido presencia? En parte sí. Pero esas grandes preguntas se caracterizan porque no hay respuesta para ellas. La literatura no es el reino de las respuestas sino de las preguntas. ¿Por qué existe el sufrimiento? ¿Por qué tenemos que morir? ¿Por qué buscamos el amor? ¿De dónde venimos? ¿Tiene sentido la vida? Ninguna de estas preguntas tiene respuesta. Ahora, es importante seguir haciéndoselas porque vivimos en la medida que indagamos, cuestionamos, preguntamos a los demás y a nosotros mismos. En ese sentido, no creo que el joven actual sea diferente al de otros tiempos. Se hará las mismas preguntas, pasará por las mismas situaciones y casi me atrevo a decir que vivirá cosas muy semejantes a las que han vivido los jóvenes de cualquier momento. ¿Por qué nos siguen interesando libros escritos hace miles de años si el hombre de aquel tiempo vivía de manera diferente a como lo hace el actual? Porque era un hombre y lo que le pasaba no era muy distinto de lo que nos pasa ahora.
¿Qué opina del trabajo de las editoriales universitarias como difusoras del conocimiento que se crea en las universidades?
Es muy importante que haya editoriales universitarias que se encarguen de publicar los textos que genera la Universidad y darlos a conocer a otros estudiosos. Trabajos que cuestan mucho esfuerzo, que son producto de la entrega de muchos años y que es una pena que puedan quedar arrinconados en una estantería sin que nadie pueda sacar algo de ellos.
Junto con otros escritores firmó una carta a favor del canon digital. ¿Cómo valora que una de las primeras medidas aprobadas por el gobierno del señor Rajoy haya sido la compensación por copia privada?
Lo valoro bien. Es un problema que hay que resolver. La irrupción de Internet ha sido tan rápida que ha pillado a todo el mundo fuera de juego. Todavía no sabemos muy bien dónde va a ir a parar esto pero hay que tomar medidas. Claro que está muy bien que el conocimiento esté al alcance de cualquiera. Se podría decir exactamente lo mismo de los alimentos o del vestido. Pero eso choca con el mundo en que vivimos. La gente aspira a vivir de su oficio, como es lógico. Un escritor aspira a vivir de su trabajo de la misma forma que un carpintero quiere vivir de los muebles que hace. Es una cosa tan modesta como esa. Hay que llegar a un acuerdo. Hay un derecho intelectual que hay que respetar. Yo puedo entender a los internautas en algunos de sus deseos, me parece maravilloso que todo esté ahí y que cualquiera lo utilice libremente pero el mundo no es así.
¿Podríamos acabar esta entrevista sugiriendo la relectura de algún cuento maravilloso que nos ayude a entender mejor el momento que vivimos? ¿Tal vez El príncipe feliz de Óscar Wilde?
Todas las grandes historias tienen enseñanzas y hablan del presente. A veces no están muy claras, no se trata de una moraleja. Uno debe sentir que algo importante se ha revelado. La verdad siempre está en nuestras manos. Fíjese, hay un lugar en que no está: en las manos de quien dice tenerla.
Sobre Gustavo Martín Garzo
Nació en 1948 en Valladolid de donde no se ha movido nunca: «Cualquier lugar contiene el mundo entero, los mismo conflictos, los mismos anhelos. Basta con saber mirarlos», dice.
Licenciado en Filosofía y Letras, en la rama de Psicología, ha ejercido como psicólogo durante más de veinte años. Fundador de las revistas literarias Un ángel más y El signo del gorrión, ha recibido, entre otros, los siguientes premios: Premio Emilio Hurtado por El amigo de las mujeres al mejor libro de relatos (1991), Premio Miguel Delibes por Marea oculta (1993), Premio Nacional de Narrativa por El lenguaje de las fuentes (1994), Premio Nadal por Las historias de Marta y Fernando (1999), Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Tres cuentos de hadas (2004), Premio Castilla y León de las Letras. A toda una carrera (2006) y Premio de Novela Ciudad de Torrevieja por Tan cerca del aire (2010).
Texto: Rosa de Bustos.